
lunes, 26 de octubre de 2009
domingo, 25 de octubre de 2009
Serenata

La calle está desierta; la noche fría;
velada por las nubes pasa la luna;
arriba está cerrada la celosía
y las notas vibrantes, una por una,
suenan cuando los dedos fuertes y ágiles,
mientras la voz que canta, ternuras narra,
hacen que vibren las cuerdas frágiles
de la guitarra.
La calle está desierta; la noche fría;
una nube borrosa tapó la luna;
arriba está cerrada la celosía
y se apagan las notas, una por una.
Tal vez la serenata con su ruido
busca un alma de niña que ama y espera,
como buscan alares donde hacer nido
las golondrinas pardas en primavera.
La calle está desierta; la noche fría;
en un espacio claro brilló la luna;
arriba ya está abierta la celosía
y se apagan las notas una por una.
El cantor con los dedos fuertes y ágiles,
de la vieja ventana se asió a la barra
y dan como un gemido las cuerdas frágiles
de la guitarra.
Vejeces

(PARA UNA VERSIÓN LEÍDA POR EL POETA ÁLVARO MUTIS HAGA CLICK EN EL SIGUIENTE LINK: http://amediavoz.com/mediavoz.htm Y DESCIENDA HASTA SU NOMBRE)
Las cosas viejas, tristes, desteñidas,
sin voz y sin color, saben secretos
de las épocas muertas, de las vidas
que ya nadie conserva en la memoria,
y a veces a los hombres, cuando inquietos
las miran y las palpan, con extrañas
voces de agonizante dicen, paso,
casi al oído, alguna rara historia
que tiene oscuridad de telarañas,
són de laúd, y suavidad de raso.
¡Colores de anticuada miniatura,
hoy, de algún mueble en el cajón, dormida;
cincelado puñal; carta borrosa,
tabla en que se deshace la pintura
por el tiempo y el polvo ennegrecida;
histórico blasón, donde se pierde
la divisa latina, presuntuosa,
medio borrada por el liquen verde;
misales de las viejas sacristías;
de otros siglos fantásticos espejos
que en el azogue de las lunas frías
guardáis de lo pasado los reflejos;
arca, en un tiempo de ducados llena,
crucifijo que tanto moribundo,
humedeció con lágrimas de pena
y besó con amor grave y profundo;
negro sillón de Córdoba; alacena
que guardaba un tesoro peregrino
y donde anida la polilla sola;
sortija que adornaste el dedo fino
de algún hidalgo de espadín y gola;
mayúsculas del viejo pergamino;
batista tenue que a vainilla hueles;
seda que te deshaces en la trama
confusa de los ricos brocateles;
arpa olvidada que al sonar, te quejas;
barrotes que formáis un monograma
incomprensible en las antiguas rejas,
el vulgo os huye, el soñador os ama
y en vuestra muda sociedad reclama
las confidencias de las cosas viejas!
El pasado perfuma los ensueños
con esencias fantásticas y añejas
y nos lleva a lugares halagüeños
en épocas distantes y mejores,
por eso a los poetas soñadores,
les son dulces, gratísimas y caras,
las crónicas, historias y consejas,
las formas, los estilos, los colores
las sugestiones místicas y raras
y los perfumes de las cosas viejas!
Nocturno III

Una noche,
Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
Una noche,
En que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas,
A mi lado, lentamente, contra mí ceñida toda,
Muda y pálida
Como si un presentimiento de amarguras infinitas,
Hasta el más secreto fondo de tus fibras te agitara,
Por la senda florecida que atraviesa la llanura
Caminabas,
Y la luna llena
Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
Y tu sombra
Fina y lánguida,
Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectada
Sobre las arenas tristes
De la senda se juntaban
Y eran una
Y eran una
¡Y eran una sola sombra larga!
¡Y eran una sola sombra larga!
¡Y eran una sola sombra larga...!
Esta noche
Solo; el alma
Llena de infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
Separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
Por el infinito negro,
Donde nuestra voz no alcanza,
Solo y mudo
Por la senda caminaba...
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
A la luna pálida
Y el chirrido de las ranas...
Sentí frío. Era el frío que tenían en la alcoba
Tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
Entre las blancuras níveas
De las mortuorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
Era el frío de la nada...
Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectada,
Iba sola,
Iba sola,
¡Iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra, esbelta y ágil
Fina y lánguida,
Como en esa noche tibia de la muerta primavera,
Como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella...
¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras de los cuerpos que se juntan con las sombras de las almas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas...!
Análisis: En este poema el autor trata de mostrar a la luna como una compuerta que le muestra a su amor del alma. También se puede decir que su amada de pronto murió de noche o cuando había luna y es por esto tal vez q la luna se la refleja. La luna le recuerda cosas bonitas así como también las malas. Vemos que el poeta trabaja con un lenguaje y unas figuras literarias directas y no utiliza símiles. Utiliza un lenguaje descriptivo profundo, pero en realidad describe las cosas que el ve.
Ahora, lo que pasa es que relaciona las cosas de una manera particular. Con esto me refiero por ejemplo a cuando relaciona la muerte de la amada con una caminata bajo los rayos de luna.
El autor quiere mostrar que tan profundos son sus sentimientos frente a un hecho claro; la muerte de su mujer. Creo que para el autor es duro vivir sin ella. Muestra imágenes claras de dolor pero nunca establece un deseo de morir o alguna otra cosa.
Vida y Obra
Con la excepción de algunas breves temporadas en el extranjero - en Europa (París, Suiza y Londres) y en Venezuela, como secretario de la Legislación de su país en Caracas -, la vida de Silva transcurre en el ambiente cerrado y nada estimulante del Bogotá de sus años. De ningún modo un neurótico, pero sí un desajustado y un inconforme, su existencia estuvo marcada por el fracaso y las frustraciones: continuas ruinas en sus empeños comerciales, en los cuales ha de actuar para salvar los negocios de la familia; la muerte de su querida hermana Elvira (a quien va dedicado el famosísimo "Nocturno"), el naufragio de un barco en el que viajaba, el regreso de Venezuela, y donde pierde "lo mejor de mi obra"; la hostilidad de una sociedad estrecha ("José Presunción", le llamaban) que le obliga, por pudor y altivez, a casi esconder su vocación literaria. Todo ello, obrando sobre un espíritu sensible en alto grado, culminó en el temprano suicidio - antes de cumplir los treinta y un años -, sin que su genio poético hubiese llegado a madurar plenamente. A pesar de que aún en vida algunas de sus composiciones fueron muy populares, publicó poco; y la primera edición de su obra poética, parcial y muy adulterada, es póstuma, de 1908 (realizada en Barcelona, con un prólogo fervoroso de su gran admirador Miguel de Unamuno).
De su breve labor en prosa hay que destacar el cultivo de las transposiciones artísticas - donde a palabra intenta expresar los matices del claroscuro y el color - , de tan fecunda práctica en la literatura modernista posterior. Incursionó en la narrativa: De sobremesa, escrito en forma de diario íntimo, más que una novela, es un libro que hay que leer como el testimonio atormentado pero impecable de aquel "fin de siglo angustioso", como allí lo calificara justamente sus autor. En sus páginas, de mucho interés para calar en la visión del mundo de Silva, están las conflictivas reacciones, y las contradicciones esperables, de un protagonista sufridor de los innúmeros problemas - de todo tipo: artísticos, morales, religiosos y aún políticos - que aquel tiempo de crisis planteaba al espíritu del hombre finisecular americano.
Su producción poética conservada, no abundante, ha venido a quedar agrupada en tres núcleos muy distintivos: El libro de versos, lo más granado de esa producción - el mejor Silva - , que él mismo ordenó y tituló; Gotas amargas, conjunto que parece tenía destinado a mantener siempre inédito; y Versos varios, miscelánea del resto de su obra. Entre las diferentes opciones estéticas que convergen y se entrecruzan en el período modernista, este poeta colombiano apenas aparece tocado por el parnasismo y aún menos por el preciosismo exterior que tanto proliferó en los comienzos de la década del 1890 (léase su satírica "Sinfonía de color de fresa en leche"). Por el contrario, su temperamento poético, y sus lecturas y preferencias - principalmente Poe, Bécquer, el Martí de Ismaelillo (presente en su poema "Mariposas"), y en otras que más adelante mencionarán - hacen de Silva el poeta de su generación que más intuitivamente, y con mayor lucidez crítica a la vez, se entra en el ámbito del simbolismo. José Fernámdez, su alter ego en De sobremesa, define su poesía como "la tentativa mediocre de decir en nuestro idioma las sensaciones enfermizas y de sentimientos complicados que en formas perfectas expresaron en los suyos Baudelaire y Rossetti, Verlaine y Swinburne" (definición y nómina que incluyen algunas notas decadentistas, inseparables del simbolismo en sus inicios, y que revelan también el conocimiento por parte de Silva de algunos nombres capitales en otro de los ismos que se manifiesta en su obra: el prerradaelismo). O propone, ya más concretamente, algo en sí de naturaleza simbolista pero que la modernidad acentuará por cuanto literalmente reclama la participación activa de un lector-colaborador: "Es que yo no quiero decir sino sugerir (el subrayado es suyo) y para que la sugestión se produzca es preciso que el lector sea un artista". Como los simbolistas, y como todos los modernistas que a aquéllos siguieron, profesó un respeto sagrado al ejercicio de la poesía: para él, dirá, el verso es vaso santo ("Ars"); y hasta desplegó, en pareados alejandrinos de dicción e intencionalidad característicamente modernistas, una poética (de arte nervioso y nuevo) que resume la naturaleza novadora y sincrética de este modo de sensibilidad y expresividad, pero con claro énfasis en el ocultamiento y la sugestión propios del simbolismo ("Un poema").
Y es en la atmósfera de la estética simbolista, con su gusto por la expresión misteriosa, vaga, sugerente y de cadenciosa musicalidad, donde hay que inscribir sus más intensos momentos poéticos, teñidos de una profunda vibración elegíaca. Esos momentos aparecen dominados temáticamente por la obsesión del tiempo, el recuerdo y la muerte, y devueltos simbólicamente en un aura condicionada de veladuras y de sombras. Son sus conocidas elegías personales "Poeta, di paso…", y "Nocturno" (Una noche…).O las elegías de alcance universal: el no menos impresionante y contrapuntístico, por la sutil irrupción de la ironía, "Día de difuntos", que es un espléndido ejercicio de polimetría. Y a la fusión de su romanticismo esencial y su capacidad ya simbolista de depuración poética, cabe adscribir también dos voliciones señaladas de Silva: el refugio en las cosas frágiles y en las cosas viejas, embellecidas y dignificadas por el tiempo ("La voz de las cosas", "Vejeces"); y el regreso al mundo ideal de la pureza que únicamente en la niñez se da ("Infancia", "Los maderos de San Juan").
Y al lado de todo ello - o mejor, en el reverso -, su contracara. Recortados sobre tal fondo elegíaco (la nada: única verdad), los esfuerzos y las acciones de los hombres, vistos realísticamente, son gestos dignos sólo de ser dibujados en inversión paródica y en trazos sarcásticos o caricaturescos. Y surge entonces la sátira: Gotas margas, donde las presencias son muy otras: Heine, Bartrina, Campoamor. De valor poético ciertamente muy inferior, estos textos no dejan de tener una relevante significación histórica: de un lado, porque fueron escritos en el corazón de la época modernista y acreditan así la carga contradictoria de posibilidades que la misma permitía (además de que reflejan fielmente el profundo escepticismo del autor); y de otro, porque adelantan, en opinión compartible de Eduardo Camacho Guizado, toda la caudalosa corriente de antipoesía que conocerá nuestro siglo.